La vida en la cual vivimos

 
 

La pasividad o indiferencia para la persona y la sociedad en su conjunto, puede llevar de forma progresiva hacia la mediocridad y, seguidamente, a niveles inferiores de vida. Tratar frívolamente esto es hipotecar el futuro. La vida requiere permanente atención sobre el futuro imprevisto. La imaginación es lo que nos permite construir una nueva realidad futura, por eso adquirir nuevos conocimientos y aplicarlos nos proporciona nuevas experiencias con las que resolveremos mejor nuestra vida.

            La voluntad es la facultad para decidir y ordenar de forma consciente la conducta de cada uno en particular y sostenida sin desmayo en el tiempo. Ser constante y no desmayar se traduce en una conducta firme para conseguir los objetivos previstos y programados. Como el agricultor, elegir bien la semilla para sembrar sobre tierra fértil y saber esperar hasta el final.

Leer, ver y hacer para entender, entender para comprender, comprender para reflexionar y concluir, con lo que ya puedo comparar y, seguidamente, archivar para luego poder recordar y así, de esta manera, saber para responder o actuar. A veces se aprende más de la adversidad que de la normalidad. Puede que el quehacer filosófico de la persona sobre la realidad de la vida nos enseñe, al menos igual o tal vez más, que la universidad. La estimulación positiva de nuestra vida puede que sea un buen antídoto contra el pernicioso sedentarismo.

Con el transcurrir del tiempo las cosas y los acontecimientos se difuminan, como si fueran desapareciendo poco a poco y lentamente; además, la capacidad de observación y de memoria tienden a disminuir, tal vez más de lo que uno pudiera llegar a temer que en su día fuera a suceder como realidad. Se afana uno en recordar lo más posible del pasado vivido y, otra vez repito, con el transcurrir del implacable paso del tiempo, las cosas y los saberes se van alejando; tal vez habrá que imaginarse que su viaje es hacia la historia en donde posiblemente se guarde o quede retenido, al menos por un tiempo, aunque pequeño. La realidad de la vida se va palpando con el devenir del tiempo y de las cosas que realizamos. Actuamos como si no fuera a producirse ese final esperado, pero que deseamos sea lo más alejado posible. Ver y sentir cómo transcurre el tiempo, y nosotros a galope tendido sobre él, nos lleva a perder la percepción de la realidad. Ya el trascurrir del tiempo no es lo mismo. La vida nos parece que es larga en el recorrido, pero el tiempo corre veloz y se la lleva sin contemplaciones. La vida termina por ser, tal vez, como un corto relato que otro, a nuestro lado, nos va describiendo.

Esa mirada ciega de la infancia se ha ido aclarando hasta ser limpia y nítida, pero también se va apagando, incluso cayendo hasta reptar torpemente sobre el horizonte caído. Ya se van perdiendo y sin querer las enormes ganas que teníamos de defender la verdad, ya la verdad deja de tener importancia porque a nadie le interesa, ya nadie quiere saber eso que para uno ha sido tan importante en su vida, hasta el punto que puede que la propia vida de uno. Perder las ganas de defender la verdad es síntoma de decadencia de la voluntad por competir en el afán de abrirle los ojos a tus semejantes. La verdad es parte importante de la realidad de uno mismo, es parte intrínseca de nuestro ser en lo que se refiere o pertenece a la idea de persona íntegra. En los últimos tiempos, paso por alto cosas que antes eran importantes y defendía con notorio entusiasmo. Ya no me acaloro, ya actúo de forma mucho más reposada. La calma me preside y me da reposo y sosiego, cosa que me va bien para mantener un buen nivel de salud en general. Mi voluntad sigue viva, pero más templada que en mis buenos tiempos, aquellos en los que realizaba mil cosas a la vez, incluso la Tierra me parecía que giraba gracias al impulso que yo diariamente le daba. Antes se tenía opinión, teníamos opinión y era un importante valor, pero ahora la gente opina lo que le han inoculado a través de los media con opinión previamente elaborada de forma consciente para dominarles y someterles. La sociedad de ahora no es la misma porque no es mejor que la de la clase media que se formó en España a partir de los sesenta. Antes era la excelencia, realización de los proyectos que llovían por todas las partes, voluntades sostenidas y también esfuerzos sin regateos en el tiempo; entrega responsable a raudales en una sociedad cohesionada y en armonía, con valores y principios, familia, amigos, trabajo, compromiso, palabra, amistad, vecindad, caridad, etcétera.

Antes corrían los críos por doquier, la alegría se repartía gratuitamente y se disfrutaba, pero ya no hay casi niños, ya no se sujeta la sociedad para una continuidad, todo está en decadencia y sólo aumenta de forma exagerada la impostura, la envidia, la maldad, la desidia, la indiferencia, la mentira interesada y tantas cosas y comportamientos que hacen palidecer. Renunciar a la ejemplaridad de antes, que era en la mayoría distintivo de personalidad y bien hacer para la convivencia social, será fatal, por lo que el camino iniciado en estos últimos tiempos es hacia la decadencia intelectual y anulación de principios y valores. Antes se pensaba en el mañana, se contraían compromisos y se cumplían ampliamente, se disfrutaba de generosidad recíproca con amabilidad y, ante la dificultad, ayuda y comprensión. Las consecuencias funestas puede que sean comparables a la de considerar cambiar la peseta por el euro. A partir de 2002 los avispados pasaron a considerar 100 pesetas igual a un euro, con lo que la depreciación de la peseta a día de hoy puede que sea del 100%. Un café con leche antes 75 Pts., ahora 1,20 € (200 Pts.). Y así o parecido como mínimo, pues los precios en destino, comparados con los de origen, disfrutan de multiplicadores entre 3 y 6, cosa que nada tiene que ver con los aumentos salariales, salvo los de los políticos en general.

Nadie que tenga vida animada es estático. Todo está en movimiento, nada está quieto, la actividad es implícita al rendimiento y lo es de tal forma que, si cesa la actividad, se anula el rendimiento. El conjunto de seres vivos de los que estamos compuestos con su actividad están generando la vida, nuestra vida, por lo que no existe la posibilidad de la vida sin actividad. Con la actividad que realizamos estamos generando cambios de adaptación y, a su vez, estos nuevos cambios efectuados e incorporados nos dan la posibilidad de que continúe el ciclo permanente de revisión y cambio o modificación para la adaptación, para así nuevamente continuar en ciclos de distintos rangos en sus estructuras intrínsecas ordenadamente distribuidas para todo lo que participa en la misión biológica que nos ha sido dada. Los pensamientos, así como todos los actos que realizamos, deben entenderse como poderosos estímulos para nuestro sistema neuronal, con lo que hay que asumir que somos sensibles a todo lo que realizamos, cualquiera que esto sea y sin distinción para preferencia de lo tangible sobre lo intangible, de lo real o lo imaginado, con la aclaración de que se considere bueno o malo, incluso si pretendemos borrarlo. 

Todo, absolutamente todo se procesa, pues nada queda para luego o para mañana. Estamos concebidos para estar en la vida que nos rodea sin considerar detalles ni dimensiones. Necesitamos adaptarnos permanentemente a la realidad del entorno en el que vivimos y eso requiere observación permanente para obtener las condiciones que estimamos necesarias para esa adaptación al medio de forma dinámica, por lo que eso de que todo son derechos y sin obligaciones es la gran falacia que a los pueblos les han inoculado los que tienen que vivir a expensas de otros. Cada uno tiene que ser responsable de su vida, de su propia vida y así resulta que implícitamente es responsable, en primera persona, de lo que no puede ni debe encomendar a otra. 

La responsabilidad de la vida no se le puede encomendar a nadie, es asunto propio e intransferible, por lo que no hay más remedio que realizar nuestro proyecto de vida y asumir la responsabilidad inherente del buen fin al que estamos obligados a conseguir. Además, hay que asumir que hay que evolucionar y para ello es imprescindible cambiar para adaptarnos al medio en el que tenemos que vivir. Observación dinámica de la realidad seguida del correspondiente análisis y conclusión nos lleva al cambio, concepto que es imprescindible para asumir la adaptación. Adaptarnos es asumir el cambio, pero seguimos siendo lo mismo. Lo mismo de antes más lo incorporado sigue dando como resultado mi yo dinámico, pero en adaptación permanente. El tiempo cronológico es dinámico en su pasar constante, a diferencia de la cuerda del reloj de nuestra vida, que siempre es caduca.

Cambiar para modificar nuestros hábitos de forma positiva es normalmente para mejorar, pues se trata de evolucionar y para eso hay que mirar hacia el futuro, pero con el proyecto de nuestra vida debajo del brazo. Hay que considerar que es simple y sencillo desarrollar la idea de cambiar para evolucionar y adaptarse, pero, claro está, siempre que nos apoyemos en la voluntad de desarrollar el proyecto que hayamos realizado. Con hacer el proyecto no avanzamos, eso es como empezar y acabar. Lo importante es considerar que ya empezando la mitad está hecha, luego se trata de continuar el camino iniciado adaptando el contenido del proyecto a la dinámica de la realidad de la vida que estemos viviendo. Saber para proyectarnos es saber para hacer, a la vez ir contrastando lo proyectado como anticipación con los hechos en el presente y, de esta forma, nos vamos proyectando, cambiando y adaptando, con lo que se va despejando el futuro incierto, al principio considerado. A medida que avanzamos hacia la niebla vemos que se está disipando, por eso necesitamos el vehículo de las ideas para producir en el cerebro los estímulos positivos correspondientes, los cuales nacen de nuestro conocimiento y los aplicamos gracias a la voluntad, con lo que nace la iniciativa y su correspondiente dinámica necesaria para conseguir los fines propuestos. Evolucionar supone desenvolverse o desarrollarse para pasar de un estado a otro, generalmente de rango superior. Cambiar de aptitud o de conducta requiere que nuestros propósitos nos lleven a encontrar algo mejor que vayamos buscando con la posibilidad de encontrarlo, pero que sea real y cierto para luego guardar el bien que hemos conseguido. Se trata de ir adaptándose a las nuevas condiciones, pero de manera transitoria, ya que no hay que retirar del camino iniciado la mirada hacia el mañana.

A la realidad de la vida hay que presentarle cara y de forma decidida. La vida tiene aliciente porque es un reto permanente. Si nosotros cambiamos, el mundo que nos rodea puede cambiar. Un grano no hace granero, pero ayuda a su compañero. Las ideas y los pensamientos nos influyen, y de qué manera, en el cerebro, poniendo en movimiento armónico sincronizado todas nuestras unidades de ataque cuyos componentes son la biología, la antropología, los tropismos, las condiciones físicas y lo que entiende se necesita para actuar, en conjunto, como si fuera un ejército en proceso de conquista. 

El cerebro está diseñado y construido para procesar todo el microcosmos que somos, en la razón y ser genética e integral en sus funciones y características. Por tanto, es una evidencia que detenerse ante la incertidumbre del mañana no tiene ningún sentido; lo mismo ocurre con la niebla del conocimiento mantenido en letargo, se hace imprescindible la intervención de la iniciativa para poner en marcha el dinamismo que nos permite avanzar. La pereza es nociva para la iniciativa, perniciosa para nuestro futuro y maligna porque anula todo tipo de posibilidad para poder cambiar y evolucionar acorde con la realidad cambiante de lo que nos rodea. Es una evidencia que el cerebro, por bueno, listo o inteligente que parezca, necesita estímulos, al igual que el caballo que, por bueno que sea, necesita espuela y puede que hasta fusta.

No hay más remedio que asumir la necesidad de pasar a la actividad con rendimiento. La actividad por sí sola no genera rendimiento. Actividad para conseguir un fin como fruto positivo. Es el entorno de nuestra vida quien nos marca la necesidad de avanzar en conocimiento y su aplicación para adaptarnos a las condiciones que, queramos o no, nos impone la necesidad de la intendencia, imprescindible para mantener la vida. Hay que saber, saber hacer y procurar hacerlo bien, pero también hay que saber ser.

Una vez más hay que hacer referencia a la pereza, que es la que se encarga de mantenernos en un estado mínimo de actividad. La inercia es la resistencia que oponen los cuerpos a salir del estado en el que se encuentran. Anulando o reduciendo la inercia se activa el mecanismo cerebral para anular o reducir la pereza. Contra pereza, diligencia. 

La plasticidad neuronal del cerebro permite la adaptabilidad. Con la actividad de aprender y aplicar conseguimos que la plasticidad del cerebro se adapte a las nuevas circunstancias. El cerebro no es una piedra pómez, ya que su plasticidad le permite la adaptabilidad y su funcionalidad. Con la aplicación adquirimos nuevas experiencias con las que producimos un cambio que, una vez asumido, implica la nueva adaptación. Y así en una dinámica permanente. Heredamos de nuestros antepasados el sistema de circuitos neuronales genéticos, que son los que contienen los recuerdos de los acontecimientos vividos por generaciones anteriores. En las neuronas quedan codificadas las experiencias vividas y aprendidas, con lo que podemos recordar y aplicar. Se trata de aprender para saber y, luego, aplicar. Partimos de lo genéticamente heredado, pero nosotros tenemos que aportar todo lo que nos sea posible de lo experimentado en el transcurso de nuestra vida. No tenga la menor duda, somos un eslabón más de la cadena genética hereditaria de la especie humana.   

Antonio Sáez del Castillo

3 de enero de 2017

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