La envidia.


Qué grata se presenta la vida a los hijos
cuyo padre no para de aumentar su heredad

 

El hombre lucha por conseguir poder sin límite, cada uno según sus condiciones y medios a su alcance. Dominar para satisfacerse así mismo es condición preferente y lo es hasta el punto de no estar dispuesto a limitarse. Es lo conseguido y más, mucho más y más sin límite y hasta que le paren. Hasta que le paren poderes superiores pero, de no ser así, nunca se saciará. Dice el refrán que si la envidia fuera tiña, cuantos tiñosos habría. Otra versión perniciosa pudiera ser la codicia desmedida, esos deseos vehementes de poseer muchas cosas de lo que sea especialmente lo que se conoce como riquezas o bienes materiales. Cuando se va más allá de donde se debe y puede es muy posible que se termine perdiendo una gran parte de lo que inicialmente poseía e incluso todo. Un buen consejo, por lógico y sensato, pudiera ser: procura vivir bien, pero no se lo digas a nadie. Ya lo decía Quevedo: “Lo mucho se vuelve poco con tan solo desear otro poco más."

La especie humana tiene muchas dificultades para conformarse con lo que tiene. Una conquista le podría dar satisfacción y pararse, conformarse con lo conseguido, pero no, siempre hacia adelante mientras las condiciones y circunstancias se lo permitan y las posibilidades que mejor entienda que están a su alcance. Las satisfacciones son eslabones de una cadena que no asume que tenga fin. Lo próximo puede ser mejor que lo conseguido, no se sacia, no le cansa ni le para todo lo que va acumulando, siempre espera conseguir algo superior que esté por encima de todo lo anterior, en sintonía con la realidad que ya ha conseguido. La satisfacción principal puede que sea la próxima conquista, nuevo acicate para preparar la batalla de la nueva victoria. La codicia sin límite es acicate para ir tras de una cosa y la siguiente, luego a por otra y otra más y así cada una más que va añadiendo debe superar a las anteriores, a todas las anteriores. La conquista es fuente de adrenalina que le da fuerza para la hazaña siguiente. El éxito estimula hacia nuevas conquistas de rango superior.

El ser humano no se conforma con lo que tiene, su mente trabaja para conseguir más y más, incluso es conquista de rango muy superior si lo que consigue es único porque los demás no lo han podido conseguir. El ego sube por encima de los altares cuando el cuadro que ha comprado por 1,2 millones de dólares lo disfruta y presume respecto a los afines que han perdido en la contienda acalorada y competitiva en una subasta internacional. El envidioso se siente inferior y lo vive como una amarga e insoportable pesadilla que constantemente la tiene en primer plano, hasta el punto de destruirse sin haberse dado cuenta que ha vivido con un terrible enemigo en máxima intimidad. Es desde ese sentimiento intenso y constante sobre el que va escalando y sin poderse separar ni parar. Es una pesadilla que por mucho que consiga nunca le desaparecerá. La envidia no es razonamiento ni lleva a él, tampoco reflexión, es impulso constante irrefrenable que le lleva al odio, a la violencia y hasta, si procede en su dimensión máxima y sin remordimiento, quitarle la vida al otro. No admitir que en la naturaleza que nos conforma no hay igualdad es ceguera por codicia desmedida o imposición cruel del interesado que la impone. “Ganarás el pan con el sudor de tu frente” y no con el sudor del de enfrente.

Rico de repente no puede ser santamente. 
En tan poco tiempo, nunca dinero tanto pudo ser santo.
El conocimiento nos salva de la opresión y es la base de la inteligencia,
la cual nos lleva a la imaginación de la que surge la creatividad.
Sólo a través de la acción se puede obtener el fruto.

La envidia no es ciega, la envidia ciega al que la padece. La envidia no conduce a mejor vida, la envidia quita la vida. La envidia no mejora la salud, la quita o cuando menos la merma. La envidia es levadura que aumenta la crítica al que considera es más o mejor. Otra forma sutil y peligrosa es cuando toman como arma psicológica la astucia y disparan con los dardos de la adulación desmedida. La envidia saca del interior toda la ponzoña que ha ido acumulando durante su denigrante vida. La envidia hace progresar en la maldad mejorándola cada vez más y durante el resto de su vida. La envidia siempre ha existido y siempre existirá ya que algo habrá que merezca la pena envidiar. La envidia es síntoma profundo de debilidad consciente que se pretende ocultar, pero ese vacío es tan grande y profundo que nunca jamás se podrá llenar. ¿Es la envidia la sombra del árbol cargado de fruto maduro? Donde reside la envidia no puede haber serenidad ni calma ni tranquilidad ni sosiego, ya que nada la puede anular.

Es sabio el que sabe ejercer de sordo ante ciertas preguntas indiscretas
Y también el que sabiendo las respuestas, las ignora
Las ideas y la creatividad han sido siempre individuales o de grupos críticos,
pero nunca han sido colectivas

Es una evidencia que la envidia corroe los corazones impuros, hasta el punto que los deteriora o los paraliza. ¿Puede que la envidia sea una versión de la admiración cuando se desean los dones y riquezas de otros? ¿Es alabar o adular una forma de admirar? La opulencia o posición destacada de otro le empequeñece y eso no lo puede soportar. Sentirse inferior le da fuerzas inusitadas para emular incluso superar y así hace lo que sea menester para conseguirlo. La realidad normal de la convivencia no existe, lo que vive realmente es un sentimiento irrefrenable que en su perversión le lleva a intentar conseguir lo que sea necesario sin que considere las posibles consecuencias nocivas que tenga que asumir por el resultado adverso no previsto. La envidia es patología muy perniciosa para el ser inferior que la posee y la ejerce con inusitada fuerza y pasión, hasta el punto de que puede costarle la vida, la cual entrega sin pedir nada. Llegar hasta el final por nada es crimen pasional de enamoramiento sobre sí mismo sin ser consciente de que ni él mismo haya sentido amor ni estima por su vida. El pago que da el perverso envidioso por favores recibidos es odio, desprecio y descalificación. ¡Qué horror más horroroso debe ser empecinarse en vivir la vida de otros sin haber sabido vivir la de uno mismo! ¡Tristeza, dolor y profunda amargura se debe sentir al terminar los últimos días de la vida en compañía íntima de la ingrata, cruel y repugnante envidia!


Epitafio:

¡Al final el cuerpo yace y todo sobra,
pero la envidia es inmortal!
Y así antes, ahora y por los siglos de los siglos.


Antonio Sáez del Castillo

28 de diciembre de 2020

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