Una herencia maldita

¿Cuándo los pueblos dejarán de padecer el cáncer 
que suponen ciertas tiranías de gobernanzas políticas radicales?

 

La gobernanza para los pueblos es como el oxígeno para la vida. Las realidades pasan a la Historia y conviene que las siguientes generaciones las estudien para que jamás se vuelvan a repetir situaciones de tiranía, como las que recientemente se han estado padeciendo. La gobernanza entiende que ejercer el poder sin límites contra su pueblo es la forma de someterlo y tenerlos como hijos del Estado. La gobernanza tiene que ser para dirigir a los pueblos en lo mínimo, en aquello que sea común y no pueda ser realizado por el pueblo en cada uno de sus componentes. El pueblo necesita libertad de acción y ejercicio pleno de sus derechos naturales y civiles, que nunca éstos estarán, jamás, por encima de los principios biológicos correspondientes a las leyes naturales de la continuidad y la subsistencia.

Señor, ¡qué horror, qué horror! Lo que ha estado sucediendo a la luz del día y delante de los ojos. Catástrofe social igual o parecida nunca se debió de padecer, pero ahí está la descomposición del Estado, del gobierno, de la justicia, de las instituciones, de la sociedad, de la economía y de todo casi en general, como si fuera una maldición apocalíptica aplicada por una ideología de izquierdas radical que nunca ha querido a España unida. Cuando todo el mundo va a lo grande o a lo grandioso y es lo ecuménico o cósmico lo que predomina, aquí se ha estado desarrollando una situación de acoso y derribo sin ningún tipo de justificación y, desde luego, ningún merecido para la sociedad que, ajena a la causa, ha tenido, tiene y tendrá que soportar penurias jamás soñadas.

La memoria en el ser humano flaquea, es otro de los horrores que el ser humano aún tiene que seguir soportando y, como causa de ello, no recuerda el pasado, no quiere volver atrás por dejación, abandono, negligencia o simplemente porque se merece el castigo de no dar respuesta oportuna, en tiempo y forma, cuando le imponen los acosos y le agobian. La colectividad común en forma de pueblo es el verdadero Estado, es el Gobierno en sí y para ejecerlo nombra a primus inter pares, los primeros entre los iguales, a los que se les asume conocimiento, mérito, principios y valores, además de ejemplaridad y honradez.

Qué pena que en el últimos tiempos también se hayan olvidado las hazañas destructoras de Felipe González y sus gobiernos, qué pena que el común tenga una memoria tan frágil, es de lamentar que todas las fechorías anteriores, incluso el crimen de estado con los GAL, hayan sido olvidados. Conviene recordar algunos hitos de referencia como la EXPO, el BOE, el gobernador del Banco de España, el Síndico de la Bolsa, el ínclito Roldán, Filesa, Malesa, PSV y 24% de paro, además de muchos etcéteras.

Zapatero también con Rubalcaba y sus acólitos de ideología radical han conseguido mejorar lo del ahora renacido y clamoroso Felipe González y Guerra y ahora las hazañas realizadas se pueden describir por recientes una tras otra. Antes 24% de paro ahora 21,5% más otro 3/4% encubierto. Ahora también destruir España, pero abundando la fechoría, con lo que han hecho un saqueo generalizado y desarrollado todo tipo de corrupción. 

La gobernanza de estos casi 8 años también pasará a la Historia como hecho fúnebre para la sociedad española. ¿Como se entiende hacer la Ley del aborto y la pastilla, en un país en el que el índice de natalidad es el más bajo de los países desarrollados? Pues no se piensa que el sistema de bienestar para las últimas edades de la vida queda prácticamente destruido, y justo cuando no se puede conseguir el mínimo de ingreso para la subsistencia. 

Una última medalla del ignorante integral Zapatero ha sido el jactarse de que, gracias a él, no se ha intervenido a España. Gracias a él, también, el Estado está descompuesto, también la sociedad y todo lo que se ha sembrado costará mucho tiempo segarlo, pero no habrá más remedio que esta cizaña nacida sea agostada, pase lo que pase y se necesite el tiempo que se necesite, pero es imprescindible que la sociedad sea recompuesta, que las cosas vuelvan a su estado natural de convivencia sobre la base primera y principal biológico y social en armonía y convivencia cercana, conviene que la persona vuelva a recobrar su dignidad, que tenga la posibilidad de proyectar cada uno de sus componentes de la mejor manera y medio que entienda respetando todo su entorno y sus semejantes, pero mirando hacia el horizontal y hacia arriba, hacia el cosmos infinito para poder desarrollar ahí las ideas y adornarlas de creatividad para poder llegar a una sociedad de inteligencia y conquistar nuevas áreas de producción con posibilidad fácil de exportar al resto del mundo. 

Ahora se nos van los universitarios licenciados y doctorados a otros países y esto es otro crimen social. Se exporta la inteligencia y se quedan los braceros y, con ellos, más autónomos, más minifundio y más pobreza. 

Se necesita inteligencia, conocimiento, creatividad, asumir riesgos y mirar hacia delante, hacia la inmensidad del mundo que es donde está el negocio duradero y próspero. ¡Qué así sea!

 

La envidia
(Epílogo)

El hombre lucha por conseguir poder sin límite, cada uno según sus condiciones y medios a su alcance. Dominar para satisfacerse así mismo es condición preferente y lo es hasta el punto de no estar dispuesto a limitarse. Es lo conseguido y más, mucho más y más sin límite y hasta que le paren. Hasta que le paren poderes superiores pero, de no ser así, nunca se saciará. Dice el refrán que si la envidia fuera tiña, cuantos tiñosos habría. Otra versión perniciosa pudiera ser la codicia desmedida, esos deseos vehementes de poseer muchas cosas de lo que sea especialmente lo que se conoce como riquezas o bienes materiales. Cuando se va más allá de donde se debe y puede es muy posible que se termine perdiendo una gran parte de lo que inicialmente poseía e incluso todo. Un buen consejo, por lógico y sensato, pudiera ser: procura vivir bien, pero no se lo digas a nadie. 

Lo mucho se vuelve poco con tan solo desear otro poco más.
Quevedo.

La especie humana tiene muchas dificultades para conformarse con lo que tiene. Una conquista le podría dar satisfacción y pararse, conformarse con lo conseguido, pero no. Siempre hacia adelante mientras las condiciones y circunstancias se lo permitan y las posibilidades de más y mejor entienda que están a su alcance. Las satisfacciones son eslabones de una cadena que no asume que tenga fin. Lo próximo puede ser mejor que lo conseguido, no se sacia, no le cansa ni le para todo lo que va acumulando, siempre espera conseguir algo superior que esté por encima de todo lo anterior en su conjunto, aunque a decir algo, en sintonía con la realidad que ya ha conseguido, puede que la satisfacción principal sea la próxima conquista, nuevo acicate para preparar la batalla de la siguiente victoria. La codicia sin límite es acicate para ir tras de una cosa y la siguiente, luego a por otra y otra más y así cada una más que va añadiendo debe superar a las anteriores, a todas las anteriores. La conquista es fuente de adrenalina que le da fuerza para la hazaña siguiente. El éxito estimula hacia nuevas conquistas de rango superior.

El ser humano no se conforma con lo que tiene, su mente trabaja para conseguir más y más, incluso es conquista de rango muy superior si lo que consigue es único porque los demás no lo han podido conseguir. El ego sube por encima de los altares cuando el cuadro que ha comprado por 1,2 millones de dólares lo disfruta y presume respecto a los afines que han perdido en la contienda acalorada y competitiva en una subasta internacional. El envidioso se siente inferior y lo vive como una amarga e insoportable pesadilla que constantemente la tiene en primer plano, hasta el punto de destruirse sin haberse dado cuenta que ha vivido con un terrible enemigo en máxima intimidad. Es desde ese sentimiento intenso y constante sobre el que va escalando y sin poderse separar ni parar.

 Es una pesadilla que por mucho que consiga nunca le desaparecerá. La envidia no es razonamiento ni lleva a él, tampoco reflexión, es impulso constante irrefrenable que le lleva al odio, a la violencia y hasta, si procede en su dimensión, quitarle la vida al otro.

La envidia no es ciega, la envidia ciega al que la padece. La envidia no conduce a mejor vida, la envidia quita la vida. La envidia no mejora la salud, la quita o cuando menos la merma. La envidia es levadura que aumenta la crítica al que considera es más o mejor. Otra forma sutil y peligrosa es cuando toman como arma psicológica la astucia y disparan con los dardos de la adulación desmedida. La envidia saca del interior toda la ponzoña que ha ido acumulando durante su denigrante vida. La envidia hace progresar en la maldad mejorándola cada vez más y durante el resto de su vida. La envidia siempre ha existido y siempre existirá ya que algo habrá que merezca la pena envidiar. La envidia es síntoma profundo de debilidad consciente que se pretende ocultar, pero ese vacío es tan grande y profundo que nunca jamás se podrá llenar. ¿Es la envidia la sombra del árbol cargado de fruto maduro? Donde reside la envidia no puede haber serenidad ni calma ni tranquilidad ni siquiera sosiego ya que nada la puede anular.

Es una evidencia que la envidia corroe los corazones impuros, hasta el punto que los deteriora o los paraliza. ¿Puede que la envidia sea una versión de la admiración cuando se desea los dones de otro? ¿Es alabar o adular una forma de admirar? La opulencia o posición destacada de otro le empequeñece y eso no lo puede soportar. Sentirse inferior le da fuerzas inusitadas para emular incluso superar y así hace lo que sea menester para conseguirlo. La realidad normal de la convivencia no existe, lo que vive realmente es un sentimiento irrefrenable que en su perversión le lleva a intentar conseguir lo que sea necesario sin que considere las posibles consecuencias nocivas que tenga que asumir por el resultado adverso no previsto. La envidia es patología muy perniciosa para el ser inferior que la posee y la ejerce con inusitada fuerza y pasión, hasta el punto de que puede costarle la vida, la cual la entrega sin pedir nada. Llegar hasta el final por nada es crimen pasional de enamoramiento sobre sí mismo sin ser consciente de que ni él mismo haya sentido amor ni estima por su vida. El pago que da el perverso envidioso por favores recibidos es odio, desprecio y descalificación. ¡Qué horror más horroroso debe ser empecinarse en vivir la vida de otros sin haber sabido vivir la de uno mismo! ¡Tristeza, dolor y profunda amargura se debe sentir al terminar los últimos días de la vida en compañía íntima de la ingrata, cruel y repugnante envidia!

Epitafio:
¡Al final el cuerpo yace y todo sobra,
pero la envidia es inmortal!
Y así antes, ahora y por los siglos de los siglos de su existencia.



Antonio Sáez del Castillo

25 de noviembre de 2011

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